🇻🇪 Cosas de la Vida

El derecho internacional, las heridas del 92 y el forjamiento de mi carácter.

🟦 EDITORIAL

La tensa calma despierta la memoria

Venezuela es escenario de un cambio profundo. La gente lo ha decidido así, en las elecciones del pasado 28 de julio y reconfirmado en su tenaz y valeroso compromiso de resistencia. Se ha demostrado que la lucha de nuestros legítimos líderes, junto al pueblo, es contra una feroz corporación criminal que ha dado lugar a una serie de acciones que apuntan a desmontar las redes de mafias, narco tráfico, terrorismo y corrupción. Lis mismos depredadores de los derechos humanos que usurpan los poderes públicos

Desde mi exilio Europa, percibo esa misma calma firme que precede a los cambios necesarios. No es un silencio que inquieta, sino uno que ordena. Las declaraciones se encadenan, los movimientos diplomáticos se afinan y las posiciones internacionales se alinean con una convicción creciente: Venezuela no puede seguir siendo rehén de una estructura criminal disfrazada de poder político. A un lado, los informes que documentan con rigor la magnitud de la devastación institucional; al otro, los intentos de encubrir responsabilidades bajo el abrigo gastado del derecho internacional. En el centro está Venezuela, no como espectadora indefensa, sino como nación cuya causa justa ha logrado abrirse paso más allá de sus fronteras.

Por eso me pareció necesario detenerme esta semana en una pregunta que no es retórica: ¿quién viola realmente el derecho internacional?

No son los gobiernos que exigen que se respete la voluntad de un pueblo; no son los países que, ante crímenes documentados, activan mecanismos multilaterales para impedir que la impunidad se eternice. Los violadores están identificados en informes de la OEA, la ONU, la Corte Penal Internacional y organizaciones independientes que han descrito un patrón sistemático de persecución, desapariciones forzadas, torturas y uso del aparato estatal con fines criminales.

La legitimidad democrática no es un capricho jurídico: es el cimiento que ordena la convivencia entre las naciones. Cuando un poder se sostiene sobre la fuerza, la intimidación o el fraude, deja de ser un actor respetuoso del derecho. Y cuando además incorpora redes criminales, grupos irregulares y economías ilícitas, traspasa una línea que lo coloca al margen del sistema internacional. Esa es la realidad que vive Venezuela, con consecuencias que hoy se discuten desde Washington hasta Pretoria.

Pero esa discusión global no surgió de la nada. Viene de lejos, de una cadena de decisiones equivocadas, temores acumulados y silencios impuestos. Por eso también quise volver sobre otro texto de esta semana: 32 años con miedo.

Treinta y dos años desde aquel amanecer del 4 de febrero que fracturó la institucionalidad venezolana y abrió paso al populismo que nos devoró después. Miro hacia atrás y comprendo mejor cómo el miedo se infiltró, primero como desconcierto, luego como inercia, hasta convertirse en resignación colectiva. El miedo a cambiar, a enfrentar reformas necesarias, a cuestionar privilegios y estructuras anquilosadas. El miedo a contradecir a quienes prometían redención mientras incubaban resentimientos que terminaron gobernando.

Ese miedo tuvo un costo brutal. Fue el germen de muchas renuncias y el caldo de cultivo para un liderazgo que, revestido de épica, terminaría reduciendo al país a su mínima expresión moral. De aquellos golpes nacieron los vicios que hoy padecemos: centralización absoluta, manipulación de la opinión pública, culto al poder, desprecio por la institucionalidad. Comprender ese origen no resuelve el presente, pero nos permite nombrar con claridad nuestras derrotas.

Y aun así, en medio de esta memoria árida, quise cerrar con un recuerdo distinto.

El joven Ledezma

Cosas de la vida no es un descanso anecdótico: es una clave personal para entender por qué sigo hablando, escribiendo y dando estas batallas. Las raíces que me sostienen —la maestra que me empujó al escenario, el semillero juvenil que me enseñó a improvisar sin miedo, los compañeros que exigían pensar antes de hablar— son parte de la historia que me trajo hasta aquí. Sin aquellos años de adolescencia en San Juan de los Morros, quizás hoy no tendría la voz ni el temple que exigen estas horas inciertas.

Escuela Vicente Peña, donde empezó todo

La política, al final, no es solo la suma de decisiones estratégicas; es también el eco de nuestras primeras formaciones, las que moldean la mirada con la que enfrentamos la adversidad. Y en ese cruce entre la tensa calma internacional, la memoria del miedo que nos paralizó y los aprendizajes que me forjaron, encuentro el hilo que recorre esta semana: nada de lo que vivimos es casual, y nada de lo que viene será sencillo.

Pero este país nunca se ha rendido.

Hoy, cuando el mundo observa con atención y Venezuela aguarda entre sombras, sigo creyendo que el miedo ya no tiene la última palabra. Hay un pueblo despierto, una legitimidad reivindicada y una verdad que, tarde o temprano, termina imponiéndose.

📚 En profundidad

1. ¿Quién viola el derecho internacional?

Un examen riguroso —y necesario— de las violaciones sistemáticas cometidas por el aparato que sostiene a Nicolás Maduro: desde la Carta Democrática y la Convención de Palermo hasta el Estatuto de Roma y los informes de la ONU. Un repaso claro de cómo Venezuela se convirtió en un foco de desestabilización global y por qué el mundo vuelve a mirar hacia Caracas.

2. 32 años con miedo

Un retorno al 4 de febrero y al 27 de noviembre de 1992 para entender cómo nació el populismo que luego capturó a la nación. Una reflexión sobre el miedo como fuerza política, sobre las reformas que no se hicieron y sobre el precio que Venezuela ha pagado por aquellas renuncias. Hoy, esa memoria se transforma en impulso para una ciudadanía que ya no se deja paralizar.

3. Cosas de la vida

Una mirada íntima a las raíces formativas del liderazgo: la escuela, la maestra que empujó al escenario, el semillero juvenil, las primeras batallas estudiantiles. El origen de una voz política que aprendió a hablar sin papel, a improvisar sin miedo y a sostenerse en la adversidad. Un retrato personal que ilumina el trasfondo humano de la lucha pública.

Portada del libro "Opoeración Guacamaya"

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📚 Ya disponible: Operación Guacamaya y el Retorno de los Desterrados

Escribí esta novela para dar forma literaria a una historia inspirada en hechos reales: la fuga de dirigentes opositores perseguidos por Maduro, refugiados en una embajada y obligados a urdir una odisea de supervivencia y dignidad. Operación Guacamaya es ficción, sí, pero está atravesada por la memoria de un país que resiste, y por el eco de las voces de quienes han enfrentado la persecución.

Cada página recrea la tensión, el miedo y la esperanza de un pueblo que se niega a rendirse. Al mismo tiempo, es un espejo de la Venezuela que hemos vivido: la cárcel, el exilio, la clandestinidad, la resiliencia.

Esta novela es también un testimonio simbólico: pertenece a todos los venezolanos que han sufrido el destierro o la represión, y que aún así siguen creyendo que la libertad es posible.

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Ponemos a disposición de nuestros lectores nuestros folletos informativos:

El fentanilo, ese opioide que mata silenciosamente en Estados Unidos y Europa, es otra cara de la misma tragedia: redes criminales sostenidas por la corrupción y amparadas por gobiernos que se dicen revolucionarios. No es casual que el régimen venezolano sea hoy un punto de tránsito para esas sustancias.

Los 20 Puntos de María Corina Machado recogen, en sus propias palabras, la visión, las prioridades y el mapa de ruta de esta lucha: desde el propósito último de reconstruir una Venezuela libre y próspera, hasta la preparación para gobernar, la organización ciudadana, el uso de la clandestinidad y los retos por venir.

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